¿CICLISTA? ¡NI HABLAR DEL PELUQUÍN!
Voy a ser claro como la Cocacola. Si un hijo mío me dice que quiere hacerse ciclista profesional, lo desheredo. Incluso prefiero antes que aspire a la presidencia del Gobierno o que se meta a director de cine. Pero ciclista, ¡vade retro, Satanás!
No es por la que está cayendo en el ciclismo hispano. Es por lo que ha llovido y lo que lloverá. Creo haber sido suficientemente explícito en algunos comentarios de hace tiempo, pero hoy –ya digo- voy a ser más claro que la Cocacola o un vino de Rioja. El ciclista es el deportista más puteado y ninguneado de todos los existentes. Y quienes así lo tratan debieran estar picando piedras en vez de dirigir importantes eventos deportivos, esconderse tras el disfraz de médico o, incluso, arroparse con la vitola de entrenador experimentado. Está a punto de acabar el Giro de Italia 2006. Como leía en EL MUNDO a primeros de mayo: “Una ronda brutal y exagerada: 21 etapas de las que 7 son llanas, 5 de mediamontaña, 4 llegadas en alto, 2 contrarreloj individual y dos días de descanso”. Días en los que desplazan a los ciclistas a tropecientos kilómetros de distancia. Las subidas más exigentes están concentradas en la última semana (para rematar a los que queden vivos). En la jornada 17, además de subir a cerca de 3.000 metros durante más de 17 kilómetros, los últimos 5 no había ni asfalto, con rampas del 25 % y tramos del 16 %. ¿A qué demoniaca organización se le ocurre llevar a los ciclistas a una estación de esquí? A los mamonazos del Giro. Después vendrán los del Tour, la Vuelta a España y todo lo que haga falta, porque para ellos los ciclistas son unos peleles, unos pobres desgraciaos que harán los que les manden y que si no tienen más remedio que darle al trinqui doppinguero para poder pasar todos estos malos tragos, la mayoría lo hará, eso sí, muy medicalizados y controlados no vaya a ser que les dé por espicharla subiendo una rampa y la gente se escandalice. Todo sea por el jornal, la gloria y el sí, señorito.
¿Cómo va a extrañar que sea precisamente en el mundo del ciclismo donde se den los mayores casos de dopaje? ¡Pues naturalmente! O te dopas para aguantar las tres semanas de carrera, en que no puedes pillar ni un vulgar resfriado porque no te dejan curarlo, o la cagas. No hace falta ser un lince para darse cuenta que sin sobredosis artificiales (más allá de los macarrones, el arroz, las barritas de cereales y el Acuarius) no habría dedos de una mano con que contar a los ciclistas que acabarían el Giro o el Tour. ¡Y encima tienen la desfachatez de ponerles un tiempo límite de llegada a la meta! Sin doparse (aunque sea de manera legal), veríamos en cada etapa pirenaica o alpina bajarse de la bicicleta cada día a una veintena de “esforzados de la ruta”. Así que o se plantean carreras menos exigentes para esta pobre gente o seguirán dopándose como único medio de seguir cobrando a fin de mes. Salvo que les entre un ataque de dignidad y decidan buscarse un trabajo menos masoquista. De modo que el escándalo actual (estamos sólo en el principio) que afecta al dopaje en el ciclismo español estaba cantado desde hace mucho tiempo. Todavía recuerdo cómo en un ya lejano Tour los guardias franceses entraron a saco en el autobús y hotel del equipo de la ONCE, dirigido entonces por Manolo Saiz, al que parece ser que ahora han pillado con las manos en la masa (en la sangre, quiero decir). ¿Y quién era entonces el médico del equipo? Un tal Fuentes, ahora imputado. Aquellas sospechas (que a más de uno les parecieron intolerables, por aquello del patriotismo mal entendido) se hacen ahora realidad. A veces no hay pruebas, pero tarde o temprano aparecen pues los tramposos nunca se sacian.
Los pobres ciclistas profesionales llevan siendo carne de cañón desde hace muchos años y en vez de intentar humanizar su profesión y las carreras, a los dráculas que viven de ellos y a los políticuchos que holgan a costa de todos, sólo se les ocurre aumentar la dureza y exigencia de las pruebas ciclistas e imponer controles de dopaje para cazar a los más osados, no vaya a ser que en vez de morirse cuando ya estén jubilados, lo hagan en plena etapa dolomítica, con el escándalo consiguiente de los que nunca se enteran de nada porque siempre les pilla mirando para otro lado.
Incluso cuando se entrenan por esas carreteras del diablo, siguen siendo carne de picadillo. Todos recordamos como hace poco más de cinco años un conductor atropellaba a los hermanos Ochoa en una carretera de Málaga. Según la jueza, una “leve distracción” del conductor hizo que invadiera parcialmente el arcén derecho de la vía por donde circulaban ambos ciclistas. Uno de ellos murió y el otro es un muerto en vida, obligado a depender de otra persona hasta para las acciones más cotidianas. La sentencia –recién salida del horno- impone al conductor una sanción de 1.800 euros y le retira el carné de conducir durante un año. A los padres de los ciclistas la aseguradora Axa tendrá que pagarles 363.768 euros en concepto de “perjuicios morales y gastos funerarios”. (Estos cachondos jueces están en todos los detallitos, menos en lo fundamental). También hay que pagar todos los gastos médicos habidos y la incapacidad permanente, por lo que la aseguradora deberá abonarlos en una cuantía de más de un millón de euros. Y para que todo el mundo que está vivo quede contento, hasta el equipo Kelme recibirá una indemnización de seis mil eurillos por el daño sufrido por sus bicicletas. Mucha pasta pero una sola realidad: atropellar mortalmente a un ciclista e incapacitar de por vida a otro sólo cuesta 1.800 euros. A los irresponsables que idean Giros brutales como el de este año, la cosa les sale gratis. La paradoja cruel del accidente de los Ochoa es que el conductor que se los llevó por delante era el director general de Deportes de la Universidad de Málaga. Un dirigente deportivo, aunque modesto. Lo hizo sin querer (y le sale casi gratis), pero hay otros que lo hacen queriendo y enciman cobran por ello. Creo que se me entiende, ¿no? Así que prefiero que un hijo mío sea tonto de capirote antes que ciclista profesional. Correrá menos riesgos y no lo putearán tanto…
2 comentarios:
El corporativismo mal entendido es lo que está acabando con el ciclismo.
Y la cara que le echan algunos que se daban golpes en el pecho.
La sospecha es ya tan grande que deben ir dopados hasta los cámaras de televisión.
El descrédito está haciendo que los aficionados a este deporte menguen. Van quedando los nostálgicos que prefieren mirar para otro lado y en una actitud pueril pretenden acusar al de la fila de enfrente. Que si en el fútbol no hay controles, que si en la fórmula-1 tampoco, que si en los deportes profesionales de los USA…
No se trata de acusar a quien tenga la mano más sucia, sino de demostrar que uno la tiene limpia. Y el ciclismo hace tiempo ya que juega con barro.
el ciclismo es sufrimiento en sí, hay que aceptarlo
http://elchicodeltransporte.blogspot.com/
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